Visitas: 5
Queridos hermanos y hermanas,!gracias por su acogida!Los recibo con alegría al final de esta XXIX Conferencia Internacional, y les agradezco por haber querido realizar esta iniciativa tan actual y meritoria, dedicado a un tema complejo como es el autismo.
Saludo con afecto a todos ustedes que han venido a formar parte de este encuentro, centrado en la oración y el testimonio, junto a las personas afectadas por trastornos del espectro autista, sus familias y las Asociaciones de este sector.
Estos trastornos constituyen una de las fragilidades que afectan a numerosos niños y, de consecuencia, a sus familias. Esto representa uno de aquellos campos que interpelan directamente la responsabilidad de los Gobiernos y de las Instituciones, ciertamente sin olvidar también a las comunidades cristianas.
Es necesario el compromiso de todos para promover la acogida, el encuentro, la solidaridad, en una obra concreta de ayuda y de renovada promoción de la esperanza, contribuyendo de tal modo a romper el aislamiento y, en muchos casos, también el estigma que pesa en las personas afectadas por los trastornos del espectro autista, como también frecuentemente sobre sus familias.
Se trata de un acompañamiento no anónimo e impersonal, pero que busca sobre todo escuchar las profundas exigencias que surgen desde lo profundo de esta patología, que muchas veces carece no solo de ser diagnosticada, sino – sobre todo para las familias – de ser acogida sin vergüenza o aislamiento en la soledad. Es una cruz.
En la asistencia a las personas afectadas por los trastornos del espectro autista es necesario pues crear, en el territorio, una red de ayuda y de servicios, completa y accesible, que involucre, además de los padres, también a los abuelos, los amigos, los terapeutas, los educadores y los agentes de la pastoral de la salud. Estas figuras pueden ayudar a las familias a superar la sensación, que a veces puede surgir, de insuficiencia, de ineficacia y de frustración.
Agradezco por eso la acción realizada cada día por las familias, por los grupos parroquiales y por las diversas Asociaciones que están hoy aquí representadas y de las cuales hemos escuchado significativos y conmovedores testimonios. A todos ellos dirijo mi reconocimiento personal y el de toda la Iglesia.
Aliento, además, el difícil trabajo de los estudiosos y de los investigadores, para que se descubran lo más antes posible, terapias e instrumentos de base y de ayuda para curar y, sobre todo, para prevenir el surgimiento de estos trastornos. Todo esto con la debida atención a los derechos de los enfermos, a sus necesidades y a sus potencialidades, salvaguardando siempre la dignidad de la cual esta investida cada persona.
Queridos hermanos y hermanas, los encomiendo a todos a la protección de la Virgen, y les agradezco de corazón por sus oraciones. Ahora, todos juntos, oremos a la Beata Virgen María por todos los Agentes Sanitarios, por los enfermos, y luego recibimos la bendición.
También ahora, todos juntos, haremos una oración por el alma del Cardenal Angelini, quien ha sido el fundador de este Consejo para la Salud, quien ha iniciado esta obra de servicio de la Iglesia y que el Señor ha llamado a sí esta noche.