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Cuando la irracionalidad se instala y domina la educación, el país anda perdido.
JDA
No hay día en mi trabajo que me no sorprenda. Hay sorpresas agradables, otras no tanto y otras tan desagradables que me producen un enfado que resulta difícil controlar.
Hoy os describiré una agradable, otra irracional y, finalmente otra absolutamente desagradable.
Me ha alegrado muchísimo el comprobar como mis compañeras han conseguido que un adolescente haya perdido sus miedos, que lo tenían aislado socialmente, hasta el punto de poder incorporarse a sus actividades con normalidad y, lo más importante, a poder comunicarse con los demás. Su rostro, asustadizo y suspicaz, se ha ido transformando en un lenguaje verbal capaz de expresar sus emociones y de narrar sus proyectos. Es una experiencia agradable para nosotros como profesionales y, como comprenderán, más aún para los padres.
Ahora la irracional. Antes os explico que hay pacientes con problemas graves del desarrollo del lenguaje, tan graves, que son incapaces de comunicarse verbalmente, no entienden lo que les decimos y, por tanto, tampoco desarrollan un lenguaje verbal, o lo hacen de forma muy deficitaria. Son las denominadas disfasias del desarrollo. Normalmente, si este trastorno no se resuelve a tiempo, producirán un retraso cognitivo que viene a comprometer aún más el neurodesarrollo.
Pues bien, la madre de mi paciente me comunica, entre desconcertada y preocupada, que a partir del próximo mes comienza con las clases de inglés. Se pregunta, una y otra vez, el por qué de la medida, si su hija es incapaz de hablar español ¿cómo va a hablar inglés?, ¿por qué no emplear ese tiempo y recurso en enseñarle a ser más autónoma, a intentar que aprenda un sistema de comunicación alternativo y que vaya incrementado el que se va implementado lentamente?. ¿Por qué cuando lo ha planteado, le dicen que es obligatorio, y que ya han hecho bastante con suprimirlo durante el primer trimestre?. SENCILLAMENTE, ¿NO ESTAREMOS PEDIENDO LA CABEZA?
Sí. Porque perder la cabeza es la siguiente anécdota, tan real como incompresible. Otra paciente de ocho años, con un síndrome cromosómico y con una adaptación curricular significativa, es decir, en educación especial. Vivaracha, alegre y cariñosa, me enseña sus notas mirándome sonriente y esperando que la felicite. En su boletín “de notas” consta en todas las asignaturas “suficiente”·, excepto en religión que le han puesto “insuficiente”.
Mi enfado ha sido MAYÚSCULO, como creyente y como paidopsiquiatra. Como creyente, porque no hay nada que más me fastidie que la funcionarización de la religión, la religión debe ser consecuente con lo que enseña y, por tanto, al pobre de espíritu, hay que calificarlo con SOBRESALIENTE, por ser la primera bienaventuranza. Como paidopsiquiatra, porque veo cuanta falta de compresión existe hacia los alumnos con dificultades en el aprendizaje, tanto entre los profesores, como entre los que debería dar ejemplo de sensatez evangélica.