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La medicalización de la escuela como alternativa a una pedagogía holística y suficiente
Joaquín Díaz Atienza -Presidente de JSM –Dedicado a mi amigo Ismael, un padre preocupado
Tengo un doble sentimiento de rabia y de abatimiento porque estamos a principios de curso y ya ha comenzado, como todos los años, el peregrinaje de los escolares a los servicios de neuropediatría, en su mayoría, y a Salud Mental, el resto. Y es que, desde que los profesores han descubierto que hay unas pastillas que mantienen quietos a los alumnos en el aula, todo aquel que se mueva más de lo que su tolerancia le permite, aquel que se aparta del rendimiento académico, respecto a su compañeros, más de lo permitido, va directamente a los servicios de salud. Es decir, se ha medicalizado la pedagogía. Aunque no todo es responsabilidad de los profesores.
La escuela sigue su ritmo, los contenidos curriculares se incrementan, la ratio se mantiene, cuando no se incrementa. y se hace cada vez más difícil llevar un ritmo en clase que permita cumplir con los objetivos académicos. Esto es habitual en cualquier clase. ¿Pero qué sucedería si en ella tengo a cuatro o cinco alumnos con dificultades en el aprendizaje a los que tengo que atender de forma personalizada?. ¿¡Además, con dos que, no solo tienen dificultades en el aprendizaje, sino que además no paran ni un minuto, interrumpen a los compañeros, y parece que andan por la nubes!?
Mandarlo a orientación escolar es lo habitual, aunque lo que se espera es que se le realice una valoración que a su vez dará algunas indicaciones, que el profesor ya venía realizando sin éxito. Poco se puede hacer por un alumno con dificultades en una clase con 25/30 alumnos. Al menos el informe servirá para ver si lo ponemos en apoyo, o no. Ponerlo en apoyo, es “hacer lo que se puede, no lo que se debe”, simplemente porque no hay recursos suficientes para implementar un apoyo escolar como “Dios manda”, ni pertinente ni suficiente. Se hace lo que se puede.
A la impotencia de los profesores se une el “drama de los padres”. Súbitamente, pasan de tener un hijo “normal”, a un “hijo problema”: no atiende en clase, no rinde académicamente, molesta a los compañeros, se le ve triste o coge rabietas, se ha vuelto protestón y desobediente, intenta ocultar las tareas, por más que se le intenta explicar las cosas no las comprende, parece que no retiene absolutamente nada de lo que se le explica. Para terminar de ponerle la guinda al drama, me dicen que su pediatra lo derive a neuropediatría. Si esto no se explica bien, las primeras preguntas que surgen son: ¿Qué le pasa a mi hijo?, ¿es que tiene algo grave?, ¿qué tiene en la cabeza?. Por supuesto, dependiendo de los niveles de ansiedad y/o sugestionabilidad de cada padre, nos pondremos en lo peor. Si la derivación es a Salud Mental, es mejor no describir el sentimiento que experimentan los padres, aunque las derivaciones de los pediatras, para que los padres no se subleven ni se angustien, la endulzan poniendo “a psicología”.
Llegamos a neurpediatría. Aunque la descripción que realizo, no sea exactamente así, sí que se aproxima bastante. En esta consulta hay que darle a la pedagogía un pincelazo médico. Se abre la historia clínica, se hace como que se explora medicamente, incluso no es raro que se le pida algún examen complementario, incluyendo a veces un TAC o una RNM que, por supuesto serán normales, se lee el informe de Orientación y se dejan llevar por lo que pone el informe la mayoría de las veces. Lo habitual es que no se diferencie entre ningún trastorno específico y, por supuesto, no se tendrán en cuenta otras posibilidades que expliquen el fracaso o las dificultades escolares, que no sea el “sacrosanto” TDAH: “Su hijo tiene un TDAH (se mueve: subtipo combinado; no se mueve mucho; subtipo inatento), y hay que prescribirle medicación, sí o sí”. La medicación dependerá de la última moda: antes todos con Rubifen, después se repartía el vademecum entre el Concerta, el Equasym y el Mekinet y, más raramente, el Strattera. Actualmente, es el Elvanse que ha demostrado no tener un efecto terapéutico significativamente superior al metilfenidato, aunque sí, como una anfetamina que es (la dextroanfetamina o la Desidrina de toda la vida y que se prohibió en España en los años 70) no es raro que produzca una mayor irritabilidad, mayor alteración del apetito, mayor alteración del sueño y mayor posibilidad de dependencia.
¿Quiere ésto decir que ningún alumno necesita medicación?. No. Simplemente. lo que deseo DENUNCIAR con este post, es el abuso que se está haciendo de los medicamentos, como consecuencia de que el colegio no puede dar una respuesta pedagógica suficiente. Estamos introduciendo medicación donde hacen falta profesionales. Sacrificamos la salud del alumno para salvar el presupuesto. Y esto no es justo.
Es muy difícil revertir la situación porque la presión de la Industria Farmacéutica es inmensa, el lavado de cerebro de los profesionales y de los padres es continuo. Los laboratorios “transforman voluntades” en los profesionales, convencen a los padres a través de la financiación de noticias y programas en los medios de comunicación y financiando, directa o indirectamente, a algunas asociaciones… Finalmente, hay niños que se benefician, y otros muchos a los que no se les dan la oportunidad de esperar a que su sistema nervioso madure. Tenemos un primer ciclo de primaria catastrófico en cuanto a exigencias académicas porque es una etapa neuromadurativa en donde gran parte de los niños, sin que tengan ningún problema, adquieren las competencias cognitivas necesarias para resolver lo que se les demanda prematuramente.