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¿Porqué tanto odio hacia el cristianismo y sus símbolo más sagrados?. Como decía Hermann Hesse, “cuando odiamos a alguien, odiamos la imagen de algo que está dentro de nosotros?
Hace algún tiempo, durante una conversación con un sacerdote sobre la ejecución de cristianos en Siria, le comenté que debíamos respetar al que nos respeta y defendernos de quien nos ataca. Me miró sorprendido y me dijo que esa opinión era antievangélica. Se basaba en aquello de la otra mejilla. Sin embargo, como contrapunto, yo me acordé del otro pasaje en donde Jesús vuelca los puestos de venta y muestra su ira contra los que habían transformado el Templo de Jerusalén en un mercado. Es el único acto de ira que aparece en los evangelios.
Actualmente, cualquier concentración, cualquier manifestación, independientemente de las reivindicaciones por la que se realicen, es buena ocasión para que algún grupo exprese libremente sus ataques contra la iglesia y, normalmente, en unos términos injuriosos, blasfemos y claramente insultantes. Es lo que ha sucedido en las necesarias y legítimas manifestaciones en el Día Internacional de la Mujer. Pero allí estaban las neuróticas acechando la oportunidad que les brindaba la justa manifestación, para expresar su odio contra las creencias de los cristianos con el escarnio que supone la exposición del “coño insumiso” y su panoplia de insultos.
Me dirán que las impresentables señoras que lo expusieron en Sevilla han sido absueltas en nombre de la libertad de expresión. Y es aquí en donde empieza mi malestar profundo como cristiano y como ciudadano que, en mi escasos conocimientos de las leyes , cree firmemente que no se aplicaron correctamente, así como su aplicación arbitraria en otros casos. Esta situación me generó, en su momento, un molesto sentimiento de indefensión. La repetición de estas anomalías en la aplicación de la ley, me está produciendo un sentimiento de rechazo hacia estos colectivos intolerantes e irrespetuosos, y al que me enfrento proactivamente para que no derive en odio.
La neurosis del colectivo antirreligioso
Dice Hermann Hesse que cuando odiamos a alguien, odiamos en su imagen algo que está dentro de nosotros y se define la neurosis como un trastorno de conflictos inconscientes no resueltos satisfactoriamente. Por tanto, el odio podría ser un mecanismo de defensa frente a las imagen religiosa que albergamos en el inconsciente.
Es cierto, que en nuestra cultura, unos con mayor intensidad que otros, hemos vivido la fe cristiana, una fe que ha ido acompañada de unos ritos profundamente emotivos: la catequesis de la infancia, la Primera Comunión y todas una serie de experiencias emotivas que han quedado gravadas en nuestro cerebro indeleblemente. Esa imagen estará con nosotros para siempre. Hay personas que, cuando pierden la fe, “olvidan” porque saben cómo sublimar ese recuerdo y hay personas que no terminan de superan el conflicto que supone desactivar algo que está profundamente gravado en su cerebro. La razón no puede con la emoción ligada al recuerdo. Es por ello que terminan odiando. Como decía Freud, el odio no es más que el estado de un yo que desea destruir la fuente de su infelicidad. Es por ello, que yo les recomendaría a este colectivo que acudieran al diván de un psicoanalista y, así, resuelvan esa contradicción entre razón y emoción que tanto les amarga la existencia. Las emociones negativas son malas compañeras para mantener una buena salud mental y física.
Ahora se entiende por qué estos colectivos no insultan a otras creencias, a pesar de manifestar una misoginia mucho más profunda, en donde las mujeres son personas de segunda categoría y en donde la moral sexual es mucho más restrictiva e impositiva que en el cristianismo. Es una cuestión de experiencia psicológica personal, es algo contingente, de mala conciencia contra lo que hay que proyectar el odio como mecanismo de defensa. Les da igual el islam, el hinduismo o cualquier otro credo religioso, porque el problema de fondo es que se revelan contra sus propios fantasmas y estos son cristianos.
El conflicto entre libertad de expresión y libertad religiosa
¿Hasta dónde se puede expresar libremente una persona o colectivo?. Según en art. 20 de la Constitución Española, en su punto 4 dice: “Estas libertades tienen su límite en el respeto a los derechos recogidos en este Título, en los preceptos de las leyes que lo desarrollen y, especialmente, en el derecho al honor, la intimidad, a la propia imagen y a la protección de la juventud y de la infancia”. Y cuáles son “los preceptos de las leyes que lo desarrollen”. Estos preceptos viene desarrollados en dos art. de código Penal: el 510 y el 525.
El art. 510, en su pun1 dice: Se castiga con una pena de prisión de 1 a 4 años y multa de 6 a 12 meses:
- A quien realice públicamente el fomento, promoción o incitación directa o indirectamente al odio, hostilidad, discriminación o violencia contra las personas por motivos
- Racistas
- Antisemitas
- Ideología, religión o creencias
- Situación familiar
- La pertenencia a una etnia, raza o nación, su origen nacional
- Sexo, orientación o identidad sexual
Y el art. 525 dice:
- Incurrirán en la pena de multa de ocho a doce meses los que, para ofender los sentimientos de los miembros de una confesión religiosa, hagan públicamente, de palabra, por escrito o mediante cualquier tipo de documento, escarnio de sus dogmas, creencias, ritos o ceremonias, o vejen, también públicamente, a quienes los profesan o practican.
- En las mismas penas incurrirán los que hagan públicamente escarnio, de palabra o por escrito, de quienes no profesan religión o creencia alguna.
En conclusión, se podrá estar de acuerdo o no. Pero en un Estado de Derecho, en tanto en cuanto no se cambien las leyes, se deben aplicar las que están vigentes. Cuando observo en procesión al “coño insumiso”, las mofa carnavalesca de María y de Jesús crucificado, las hostias sagradas expuestas en el suelo como expresión de arte, cuando se interrumpe en el interior de un templo con las tetas fuera y con insultos y amenazas y leo la Constitución y los artículos de código Penal anteriormente mencionados y vigentes, no tengo más remedio que enfadarme y de poner el duda de que las leyes se aplican justamente.
Por todo ello, creo que ha llegado la hora de exigir tolerancia y respeto, ha llegado la hora de defender la tolerancia frente al totalitarismo. Nos sobran cristianos tibios, pasivos, “contextualistas”, trepadores, y cobardes. Nos falta el valor, el justo valor y la urgente necesidad de defender nuestros derechos si no queremos que nos devuelvan a las catacumbas. Por mí, a pesar de lo que me dijo el sacerdote, ha llegado el momento de defenderse. En estos momentos convulsos, ha llegado la hora de plantar cara, hacer frente con las leyes en la mano.