Los hijos son las auténticas víctimas de la violencia intrafamiliar

La violencia intrafamiliar: Los hijos del odio, las grandes víctimas

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Sobre la violencia intrafamiliar y machista siempre se debería legislar buscando el  interés superior del menor

Joaquín Díaz Atienza- Psiquiatra infantil (actualizado en marzo/2020)

Debo reconocer que opino sobre un infierno que yo he presenciado. Cuando los hijos de una pareja, separada o no,  terminan en la consulta de salud mental infantil afrontamos situaciones en donde los padres están profundamente enfrentados, la mayoría de las veces “violentamente” enfrentados. Los hijos han pasado a un segundo plano, cuando no son utilizados como arma arrojadiza del uno contra el otro: amenazas de retirada de guarda y custodia, de tutela; se culpan entre ellos de los problemas psicológicos que presentan los hijos con una evidente intención chantajista, etc. Y algo que encontramos con mayor frecuencia, los padres no escuchan al terapeuta más que cuando la opinión de este coincide con la suya.

Los hijos, depende. Cuando han presenciando la violencia entre los padres, se muestran temerosos y ante el dilema de no querer desagradar a ninguna de las figuras parentales, especialmente cuando las agresiones son verbales. Cuando son físicas tienen miedo del agresor o agresora (como se comprenderá, la inmensa mayoría de las veces las agresiones físicas se producen del hombre hacia la mujer).

Para abordar psicológicamente los problemas que puedan presentar los hijos, que debe plantearse siempre de forma que tome con absoluta prioridad el interés superior del menor, no podemos caer en la trampa que nos tienden los adultos con la única finalidad de instrumentalizarnos frente a sus intereses personales, frente sus necesidades de venganza. Ellos y ellas en la mayoría de los casos solo desean satisfacer sus necesidades narcisistas de reparación a través de la venganza, especialmente los hombres.

En un escenario tan viciado, y en el que cada uno intenta imponer al terapeuta su propio relato de los hechos, los hijos lo tienen muy difícil, máxime cuando ambos progenitores declaran solemnemente que para ellos lo más importante son sus hijos, mensaje absolutamente contradictorio con lo que muchas veces observamos. Desmontar esto es una tarea de titanes porque son aprciaciciones y actitudes absolutamente consolidadas mentalmente.

SITUACIONES EN DONDE LA PREVENCIÓN PRIMARIA CONTRA LA VIOLENCIA ES NECESARIA

La principal situación de riesgo para la violencia intrafamiliar comienza ante lo que se denomina “divorcio afectivo”. Situación en la que las parejas han entrado en una crisis compleja, porque si bien ya no se “entienden” se enfrenta a una gran variedad de dilemas de muy difícil solución, especialmente cuando hay hijos de por medio. Solo me limitaré a los que considero más importantes:

  1. La desafección no suele ser simultánea. Esto da lugar a la resistencia a la ruptura por parte del que aún sigue deseando mantener la pareja. Primera fuente de conflicto con raíces emocionales muy profundas. Esta suele ser una de la fuentes de conflicto más importantes.

Me he encontrado con situaciones, especialmente en mujeres, que incluso han estado dispuestas a perder su dignidad como personas, sometiéndose a cualquier requerimiento del compañero, con tal de conservarlo. Por tanto, son situaciones de dependencia psicológica absoluta muy arraigadas en la personalidad de algunas mujeres. ¿Algo cultural?, ¿situaciones individuales específicas?. Yo me inclino más por las segundas.

2. La guardia y custodia de los hijos y cómo gestionarla legamente. Otra fuente de conflicto y muy relacionada con la anterior. El que no desea terminar con la convivencia en pareja, normalmente utiliza a los hijos para presionar al otro con el ánimo de mantener lo que ya no tiene “marcha atrás”. Esto supone un nuevo escenario en donde la violencia se incrementa, aunque su intensidad va depender de la madurez emocional de cada miembro de la pareja, apuntada anteriormente. Es muy habitual que ambos utilicen las medidas de guarda y custodia para seguir agrediéndose, diluyéndose cada vez más sus obligaciones de padres y ocupándose en primer plano en cómo hacer daño al compañero o compañera. ¡Eso, sí, todo se hace por mis hijos!. Nunca escucharás otro argumento.

3. ¿Se rompe por infidelidad o porque ya no encuentran nada en común que les mantengan unidos?

En el primer caso, el duelo, las heridas en lo personal y los interrogantes que se plantean hacen que la persona víctima se sienta tan desconcertada, tan dolida que puede pasar de preguntarse en qué ha fallado, qué tiene la otra persona que ella no tenga, qué le da que ella no haya dado… Siempre supone una crisis en la autoestima personal de dimensiones muy profundas. O adopta una actitud pasiva y de autoinculpación, o se rebela contra la situación. Sea cual fuere la situación existencial experimentada, es siempre una fuente de conflicto que pondrá en riesgo una ruptura pacífica.

En el segundo caso, si son coincidentes, lo que no es habitual, las separaciones suelen materializarse con pocos conflictos. Si no son coincidentes, el incremento del conflicto está garantizado.

4. Situaciones de conflictividad familiar por maltrato.

No debería llegarse a situaciones tan dramáticas como el asesinato. Cuando esto sucede, algo falla y es aquí en donde todos tenemos algo de responsabilidad. Los padres cuando educamos a nuestros hijos y no les inculcamos desde pequeños la igualdad de derechos y obligaciones entre hombre y mujer y el cómo hay que resolver los conflictos de forma respetuosa, Por supuesto, si predicando con el ejemplo en nuestra propia familia lo contrario, estamos sembrando la semilla de la agresión como mecanismo frente a lo que no nos convence, como instrumento para resolver los desacuerdos.

También puede fallar con la promulgación de leyes claramente discriminatorias hacia el hombre por el mero hecho de ser hombre y basadas en un desideologizada intención de acabar con la violencia machista a través de “darle la vuelta a la tortilla”. Estoy convencido de que el relato predominante entre el feminismo “hembrista”, con la promulgación de leyes que atenta contra la dignidad del hombre en general, transformándolo en el único culpable de la violencia intrafamiliar,  no solucionará el ancestral machismo predominante. Hace falta más educación y menos represión. Ya lo decía Antonio Gramsci, es la cultura, la educación igualitaria la que creará hombres y mujeres nuevos. Estas leyes represivas, antropofóbicas, no conducen más que alimentar el odio entre hombres y mujeres. Hoy lo tenemos en esa izquierda del siglo XXI, al quedarse sin lucha de clases, aunque parezca un tópico,  ha recurrido a la lucha entre sexos, algo irritante, generador de odio y que contribuirá inevitablemente a posponer o romper esa convivencia necesaria. No es sororidad lo que se necesita, sino políticas de entendimiento y respeto, de auténtica igualdad, entre hombres y mujeres.

Quisiera argumentar esta opinión personal con la estadísticas sobre mujeres asesinadas (Tabla 1.) Esta estadísticas viene a demostrarnos que el camino emprendido no es lo suficientemente eficaz, a pesar de que se observaba  un ligero descenso hasta 2018, para disparase nuevamente a 55 casos en 2019, al menos desde una perspectiva de la prevención primaria.

TABLA 1 [footnote]Por supueto, esta estadística refleja más la violencia machista, que la violencia intrafamiliar, en sí misma[/footnote]

Estadísticas desde 2003 – 2019 (modificada)

PREVENCIÓN SECUNDARIA

Lo ideal sería actuar en la prevención primaria. En este primer escalón de prevención habría que facilitar, de forma normalizada y sin estigmatización social ni de género, la posibilidad de acudir a profesionales de medicación familiar que eviten que se establezca y se consolide una escalada irracional de agresividad en el medio familiar. Aquí es dónde se deberían centrar los recursos y  la educación ciudadana.

Sin embrago, no siempre es posible. En estos casos, hay que implicar a los hombres en la lucha contra la violencia machista y no etiquetarlos a todos como presuntos asesinos por el mero hecho de ser hombres: “muerte al macho”, consigna ampliamente difundida entre el feminismo hembrista, claramente dominado por la ideología antifeminsita queer.

En un asunto tan complejo como la violencia intrafamiliar no podemos caer en el error maniqueo de que todo hombre es culpable y toda mujer es víctima. Habrá que analizar situación por situación. Para ello, son los jueces quienes en última instancia deberán resolver las denuncias presentadas y, entre tanto, tomar las medidas de protección pertinentes. Ante la más mínima evidencia de violencia machista, hay que proteger a la mujer y a los hijos, y punto, con las medidas que sean necesarias, insisto, y sin escatimar medios.

Sin embargo, LOS HIJOS, no forman parte del lote madre/hijos o padre/hijos, sino de PADRES/HIJOS y mientras esto no sea antepuesto a cualquier otra consideración, los hijos seguirán siendo víctimas.

Dice el decretazo sobre de 9/2018 sobre Violencia de Género, que los hijos recibirán terapia psicológica, independientemente, de lo que piense el padre. Pues, en mi opinión, debería depender de cada caso. No se puede generalizar, a no ser que sea una ley anti-padre (hombres) por el mero hecho de serlo. Esta medida forma parte de un pensamiento revanchista que considera, no solo culpable al padre, sino también a los hijos, al excluirle en la tomas de decisiones sobre aspectos que afecten a sus hijos basado en el prejuicio de que la  “mujer siempre lleva razón”.

Por supuesto, si se ha demostrado que el padre es un maltratador, si los hijos han presenciado ese maltrato, es la madre quién debe asumir la guarda y custodia, incluso, dependiendo de la gravedad, se debería plantear la pérdida de la patria potestad para el maltratador. Pero quién demuestra que el padre es un maltratador y debe dimensionar su gravedad  no es la ex-pareja, sino la justicia y el equipo psicosocial que la asesora. Por tanto, dar poder de decisión a quien no ostenta la administración de justicia, me parece algo absolutamente malintencionado, partidista e injusto.

No olvidemos que la agresividad en sus diversas expresiones es consustancial al ser humano, sea hombre o mujer. Sin embargo, la convivencia pacífica es posible si educamos a nuestros hijos en la tolerancia y el respecto a todas las diversidades que configuran la sociedad. Pero aún más importante, hay que tener en cuenta que esa educación en la no violencia hay que predicarla con el ejemplo y de forma realista. Los hijos que han observado o han sufrido la violencia intrafamiliar, lo tiene más difícil porque son experiencias que marcan. Hay que “reprogramarlos” (palabra con connotaciones negativas que analizaremos en otros post sobre el SAP de Gardner) y hacerles ver que sus experiencias son excepciones. Justamente por ello, no debemos cronificar situaciones de maltrato familiar a través de medidas judiciales injustas (maltrato judicial), sino pensando siempre en la necesidad de que los hijos víctimas de estas situaciones superen sus traumas.

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