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Herbert Marcuse, el crítico por excelencia de la antropología freudiana y uno de los padres de la actual ideología de género
Con este post inicio una serie de entradas cuyos contenidos expondrán la visión antropológica de Herbert. Marcuse, uno de los mayores críticos de la antropología propuesta por Sigmund Freud e icono de los movimientos contraculturales de los años 60. Sus críticas a la civilización occidental, a la que consideró represiva, se concentraron fundamentalmente en el estudio de la represión sexual que resultaba de la desarrollada por S. Freud, proponiendo una liberación de los instintos (pulsiones) sexuales como único camino de liberación integral del hombre, de la sociedad y de la civilización
Sigo la misma estructura de su ensayo “Eros y civilización”1, introduciendo algunos comentarios sin pretensión de convencer a nadie, sino más bien como interrogantes personales para los que no he obtenido una respuesta satisfactoria con la lectura del ensayo mencionado. Por ello, agradezco la participación de todos aquellos que puedan contribuir a dilucidarlos.
El capítulo I, lo titula: “La tendencia oculta en el psicoanálisis”. A lo largo del mismo, realiza una exposición general de los fundamentos de la civilización occidental desde el paradigma freudiano.
- Cree H. Marcuse que la interpretación freudiana de nuestra civilización, si bien es su principal enemigo, también es la mejor defensa que se ha realizado sobre ella. Refiere que “la historia del hombre occidental es la historia de su represión”. Sin embargo, a la luz de nuestros conocimientos actuales, habría que preguntarse si realmente se limita a la civilización occidental o, por el contrario, es la represión del hombre instintivo en cualquier cultura civilizada, o no. ¿la represión instintiva es exclusiva de la civilización occidental, o se extiende a otras culturas, aunque con procedimientos represivos diferentes?. Por lo que nos enseña la antropología cultural, parece que el objetivo es el mismo en todas las civilizaciones, aunque con intervenciones y regulaciones diferentes, según los marcos de convivencia predominates en cada una de ellas.
- Nos dice que, para Freud, el Eros, el instinto del placer, sin ningún tipo de límite se transforma en el instinto de muerte. Las demandas del instinto del placer no pueden ser satisfechas en nuestra civilización, imponiéndole limitaciones a través del principio de realidad. Por ello, este último, como exigencia para mantener viva la cultura, debe realizar una “mutabilidad de los instintos”, una transformación de los mismos a través de los mecanismos de defensa del yo. Estos mecanismos defensivos desplazan las necesidades más primarias del hombre al inconsciente, transformando el principio del placer en principio de realidad. El hombre termina por reprimir su auténtica naturaleza en aras a poder integrarse en su cultura al precio de su libertad.
Nos dice H. Marcuse que la “ausencia de represión es el arquetipo de la libertad, la civilización es el enemigo de esa libertad”. De aquí que el hombre se vea ontogenéticamente en la ineludible necesidad de construirse sobre dos dimensiones psicológicas diferentes: el inconsciente (continente de todo lo reprimido), y el superyo (continente de todas las normas y valores que se impondrán sobre los valores instintivos propios de la naturaleza del hombre y que son inaceptables por la cultura). Solo se nos permite la fantasía que se considera un mecanismo mental ligado al principio del placer. Fantasía frente a la razón y pragmatismo impuestos por la cultura.
- El principio de realidad comienza a imponerse desde la infancia a través de la familia, los educadores y las contingencias que rodean al niño. La realidad que se nos impone penetrará en el psiquismo del individuo y se transmitirá de generación en generación a través de la familia, la educación y las propias instituciones, aunque su dominio sobre el principio del placer, sobre los instintos primarios de hombre, no será completa.
De este proceso surge lo que Freud llama “dinámica de la civilización”: que no es más que el resultado de la interiorización de la represión desde el interior mismo del individuo (superyo). Nos dice: “el individuo sin libertad introyecta a sus dominadores y a sus mandamientos en su propio aparato mental”. El aparato mental represivo se configura por la acción de dos procesos diferentes: el ontogenético (el impuesto desde la infancia) y el filogenético (procedente del desarrollo sociohistórico de la civilización).
En el próximo post, no ocuparemos de los procesos ontogenéticos de la represión de los instintos primarios (capítulo II).
- Eros y civilización. Una investigación filosófica acerca de Freud. 2ª reimpresión, 2015. Ariel, Barcelona; pp: 27-34[↩]