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Mosen Francesc M. Espinar- Rector del Fondo de Santa Coloma

Un buen diagnóstico sobre la juventud actual. Primera parte

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Juventud sin horizontes y sin ilusión por vivir (I): Un gran artículo publicado en GerminansGerminabit.org sobre la la juventud actual

Me he permitido la libertad de publicar íntegramente en mi blog el artículo de Mn. Francesc M. Espinar Comas debido al acertado diagnóstico que realiza sobre una juventud frágil y unidimensional que se muestra incapaz para hacer frente a la construcción de un proyecto personal, cuya existencia transcurre sin ilusión y sin apenas resiliencia frente a los contratiempos que la realidad social les presenta.

He aquí el artículo:   

Xavi tiene veinte años. Asiste a la Facultad con mediocres resultados. Es hijo único y pertenece a una familia de clase media. Los padres lo sobreprotegen y esperan de él lo máximo. No tiene excesivas preocupaciones materiales, se contenta con poco, aborrece el esfuerzo y el trabajo físico, desprecia y se ríe del matrimonio. Pasa noches de fin de semana con una chica. Nunca se ha hecho la cama, le gusta la ropa de marca, pero viste con cualquier cosa. Algunos colegas son más pijos y teniendo más pasta se van a esquiar tres o cuatro veces al año. Si encuentra forfait de oferta se va con ellos a veces. Es uno de los miles de jóvenes sin historia, privados de identidad, extraños individualistas dentro del rebaño, presa perfecta del gusto corriente, de las ideas preconcebidas, del conformismo privado de reflexión.

Démonos una vuelta por Barcelona, o por cualquier otra ciudad europea: podremos observar masas juveniles trashumantes en la noche, con la botella o la lata en la mano, vestidos con ropa cara o trapos raros, es igual, con tatuajes llamativos, anillos tribales o peinados extraños. Por supuesto, son así porque las generaciones anteriores, padres y abuelos, han deconstruido el mundo. Frágiles, comprometidos sólo con el presente, sólo pendientes de gustar a los de la tribu y disgustar al resto, causan una gran preocupación por el mañana, el suyo y el de la sociedad que heredarán. Son la generación de los “copos de nieve”. Fríos, líquidos, sin forma, se derriten al primer sol. El enfriamiento global está en marcha, comenzando por ellos.

El que comparte esta visión pesimista no goza de grandes simpatías: es acusado de catastrofismo, de carca y rancio. ¡Incomprensión de los signos de los tiempos! Pero el escéptico más empedernido es superado por la cruda realidad. Las malas ideas nacidas en cualquier lugar menos en la vida, están condenando a una entera generación de jóvenes al fracaso, a la introversión y a la inseguridad. El porcentaje de adolescentes que prueban el alcohol, el tabaco y el sexo antes de los 16 años ha aumentado escandalosamente. Ningún suspiro de alivio: en lugar de aprender a correr riesgos sin la red protectora de los adultos, demasiados viven encerrados en su casa, conectados a equipos informáticos. La catástrofe es que nadie los está preparando para la vida real, a pesar de las “buenas” intenciones de la generación de sus padres. Son los llamados padres helicópteros, que llenan las horas de su prole con actividades extracurriculares y tienden a preservarlos de cualquier trauma, real o imaginario, a costa de convencerlos de lo peligroso que es vivir en un mundo aterrador.

Las malas ideas son los pensamientos irracionales que los padres helicópteros han inculcado en sus hijos. Tres en particular: lo que no te mata te hace más débil (la mentira de la fragilidad): siempre confía en tus sentimientos” (la mentira del razonamiento emocional); la vida es una batalla entre el bien y el mal” (la mentira de “nosotros contra ellos”). Con una inquietante movilidad de las barreras entre el bien y el mal.

Esta combinación letal de buenas intenciones y malas ideas condena no sólo a una generación al  fracaso, sino que gradualmente envenena a la sociedad en su conjunto. En los últimos años se han disparado la ansiedad, la depresión y el suicidio entre los adolescentes, al tiempo que la cultura se ha vuelto ideológicamente uniforme, lo que impide que los estudiantes aprendan, comparen y formen opiniones. Las redes sociales y los nuevos medios nos permiten refugiarnos en burbujas ideológicas, donde no se siembra nada y, por otro lado, prevalece la polarización entre los miembros de las tribus opuestas, con concepciones frontalmente opuestas (y además, cambiantes) entre el bien y el mal.

Preocupa que los trastornos psicológicos se multipliquen entre los más jóvenes, con cifras en aumento y picos de actos de autolesión, especialmente entre las niñas. El hecho es que no están preparados para afrontar la realidad, con sus fracasos inevitables. No están preparados para elaborar el “no” escuchado por primera vez con horror después del sí sistemático y complaciente de los padres y del sistema educativo nefasto. El momento crucial en la deconstrucción ha sido la generalización del uso de teléfonos inteligentes (con un enorme ahorro de inteligencia para el usuario), paralela al rápido desarrollo de las redes sociales. La vida social de los adolescentes cambió radicalmente. En 2008 los niños iban a las casas de amigos o estaban al aire libre. En 2010, se volvió normal para ellos encerrarse en sus habitaciones pequeñas con sus teléfonos móviles, renunciando de ese modo a la necesidad que tienen los niños y los jóvenes de jugar en grupo para completar el proceso de desarrollo neuronal y poner en marcha el proceso de socialización. Si limitamos la fase lúdica, alcanzan menos edad adulta, física y socialmente. Se tornan menos resistentes al riesgo, con lo que resultan más vulnerables. Una persona joven que ha estado enganchada a las redes sociales desde tiempo, en vez de estar en contacto con su entorno real, tiene un cerebro que funciona de manera diferente al nuestro. Hemos de concluir amargamente que esto es un hecho.

La única alternativa es eliminar gradualmente las tres grandes mentiras indicadas. “Lo que no te mata te hace más débil” parece el credo mayoritario de iGen, los nacidos después de 1995, los nativos digitales, obsesionados con la seguridad, no solo física,  sino sobre todo emocional. La tragedia es que creen que deben salvarse de accidentes automovilísticos o ataques sexuales en los campus universitarios; no sólo eso, sino que además creen que han de salvarse (o alguien ha de salvarles) también de personas que tienen ideas diferentes a las suyas. Y luego está el dramático estrechamiento de la mente producido por la adicción a lo políticamente correcto. A resguardo de cualquier lucha y de cualquier conflicto, olvidando que los seres humanos (igual que el resto de animales) se convierten en adultos afrontando adversidades, no escapando de ellas.

La segunda mentira es emocional: “confía siempre en tus sentimientos”. Se les enseña a los niños y a los jóvenes que si algo te molesta, es algo malo. De ahí la fiebre de los boicots para quienes apoyan “ideas erróneas”, así como la absurda noción de que las universidades deben proteger a los estudiantes, adultos y jóvenes, de la confrontación. Esto es un insulto al legado de una civilización de dos mil años, inaugurada por el método de Sócrates. La deriva actual es una prueba de la facilidad con que las malas ideas echan raíces entre los más jóvenes. Esto también se aplica a la aparente confrontación entre el bien y el mal, que termina en prejuicio y en el uso de violencia, física o moral, para eliminar la palabra de aquellos a quienes no les gusta nuestra doctrina; de hecho, la eliminación de aquellos que nos “ofenden” como disidentes e inconformistas.

¿Qué podemos deducir de todo esto que no es otra cosa que la confirmación autorizada de lo que experimentamos a diario? Admitámoslo: hoy tenemos jóvenes que se afeitan todos los días, pero que a pesar de ello, les falta aún un buen trecho para ser hombres. Nos guste o no, la vida con los copos de nieve, no tiene futuro.  El futuro es negro no solo por la fragilidad, la ausencia de pasión y el sentido incomprendido de la libertad de las generaciones recientes, sino sobre todo porque la falta de preparación y la bajeza moral de las clases dominantes y el infantilismo de masas, se extenderán para generalizar así el síndrome de Peter Pan que ahoga a la sociedad en la futilidad, en el vacío, en el imperio de lo efímero.

Viven en una especie de orgía que dura hasta el infinito. Entre los jóvenes del mundo occidental, abundan los títulos académicos, pero faltan los educados y aún más los preparados. Las últimas generaciones asisten a la universidad, pero se ven como un rebaño amodorrado sin capacidad crítica y sin franqueza en la discusión, es decir sin ser esclavos de lo políticamente correcto y de las ideas que les ha impuesto el entorno.

¿Y qué puede hacer un sacerdote en tan difícil tierra de misión? ¿Qué puede ofrecerles a esos jóvenes aherrojados en el extraño mundo, aún en construcción, cuya mayor singularidad es que han aceptado que su cerebro, en vez de estar en su cráneo, esté en su móvil, que a su vez está conectado al gran cerebro que maneja tan eficazmente esos miles de millones de sinapsis?

En la segunda parte de esta reflexión intentaré completar el análisis y apuntar las líneas maestras de nuestra adaptación pastoral a esta nueva realidad. 

Mn. Francesc M. Espinar Comas

Párroco del Fondo de Santa Coloma de Gramenet

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