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Cualquier política educativa, o de ingeniería social, que tenga como objetivo conseguir la igualdad a través del enfrentamiento entre ambos sexos, está condenada al fracaso.
La palabra empoderar se ha hecho sumamente familiar. No hay documento sobre política social, sobre feminismo o sobre minorías que no contenga, casi hasta el empacho, esa mágica palabra. Todos la hemos interiorizado como una acción socialmente necesaria cuando se refiere a las minorías discriminadas.
Sin embargo, no podemos olvidar que la palabra empoderamiento cuando es utilizada por los colectivos de izquierdas no tiene el mismo significado que cuando lo hace los liberales. Esto explica el interés de la izquierda por apropiarse en exclusiva de esta palabra. Veamos el porqué.
La palabra “empoderar”, según el Diccionario del Español de la Real Academia Española, tiene varias acepciones:
” 1. Hacer poderoso o fuerte a un individuo o grupo social desfavorecido. 2. Dar a alguien autoridad, influencia o conocimiento para hacer algo”
[pullquote]Una igualdad que debe incluir las diferencias biológicas entre niños y niñas, entre hombres y mujeres. Por tanto, la igualdad auténtica, y no ideológica, florecerá del reconocimiento simultáneo de las diferencias.[/pullquote]Cuando en los documentos sobre la igualdad se utiliza la primera acepción, se parte de la afirmación axiomática de que el “colectivo mujer” sufre discriminación con respecto al “colectivo hombre”. De otra parte, el verbo “empoderar” deriva del sustantivo “poder” que, a su vez, presenta varias acepciones:“1. Tener expedita la facultad o potencia de hacer algo. 2. Tener facilidad, tiempo o lugar de hacer algo. 3. Tener más fuerza que alguien, vencerlo luchando cuerpo a cuerpo. 4. Ser más fuerte que alguien, ser capaz de vencerlo”
La izquierda, que ha perdido el superado “frentismo” de la lucha de clases, se ha visto obligada a inventarse, o apropiarse, de nuevos frentes que les permita su supervivencia. De aquí que desee ser la única representante de la liberación de colectivos discriminados, o no. En nuestro caso, no consiste tanto en llegar a la igualdad entre hombres y mujeres, como en manejar el proceso en términos de que la mujer, los colectivos homosexuales y otras minorías, sean más poderosos que aquellos que suponen lo detentan en la actualidad. Es decir, que “tengan más fuerza.. vencerlo luchando cuerpo a cuerpo”.

Si estamos por la igualdad real entre niños y niñas, el mejor camino es la educación en el respeto, en una igualdad de oportunidades real. Una educación en positivo y no sustentada en el rencor y el odio, como se pretende desde la izquierda. La necesidad de superar la discriminación que han sufrido las niñas, y siguen sufriendo en bastantes países y culturas, nunca podrá realizarse a través de la lucha entre los sexos (o de género, como a la izquierda le gusta denominar). La igualdad real vendrá con la educación en el ámbito familiar y en la escuela. Una igualdad que debe incluir las diferencias biológicas entre niños y niñas, entre hombres y mujeres.
Por tanto, la igualdad auténtica, y no ideológica, florecerá del reconocimiento simultáneo de las diferencias. La igualdad ideológica niega cualquier tipo de diferencia biológica entre ambos sexos. La biología carece de valor. Todo es el resultado de la cultura, una cultura determinada por el hombre a quien, por tanto, hay que vencer “cuerpo a cuerpo” y usurpar su poder, someterlo. Es decir, hacer con el hombre, como mínimo, lo que él ha realizado hasta ahora con la mujer. De momento, la palabra machismo la reconoce la RAE, el “hembrismo“ no. Habrá que incluirla para conocer que lo se que se esconde realmente tras la lucha de sexos que lleva a cabo el feminismo radical, es aquello que, en los mismos términos dialécticos, llevó a cabo el comunismo en la lucha de clases.