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Los cristianos y los sacerdotes no pueden actuar como mercenarios en una crisis humanitaria como la que se nos presenta con el coranovirus
J. Díaz Atienza
Independientemente de los debates acerca de la especial gravedad del coronavirus en determinados grupos de riesgo y de la duración imprevisible de la pandemia, estamos asistiendo a una crisis económica y humanitaria que tendrán de inmediato unas consecuencias profundamente negativas sobre un gran número de personas, de familias que irán al paro y quedarán en situaciones muy precarias. Se enfrentarán a la penuria económica y a la soledad del confinamiento, tendrán que afrontar psicológicamente la incertidumbre y la angustia que les supone el no saber si dispondrán de los artículos de primera necesidad para poder subsistir. Conforme pase el tiempo, el número de personas que necesitarán ayuda económica y consuelo se incrementará de forma alarmante, y aquí es donde debe hacerse presente la Iglesia.
El secretario del Papa Francisco, Yoannis Lahzi Gaid, advierte de que si la Iglesia abandona a las personas, si no se coloca en la vanguardia de la solidaridad y la caridad, serán muchos creyentes los que la abandonarán definitivamente. Los sacerdotes, los laicos, en definitiva, todos aquellos que tengan fe, no pueden huir despavoridos. No pueden actuar de espaldas a las necesidades de las personas, como “si fueran mercenarios, olvidándose que son pastores”. Se comprendería que ellos abandonen a la Iglesia, si la Iglesia los abandona en un situación de especial indefensión y necesidad.
Nos recuerda el episodio recogido en la tradición en el que Pedro, durante las persecución de Nerón, huye de Roma. En su huida se encuentra con Jesús que le dice que va a Roma para ser crucificado de nuevo. Un gran ejemplo, aunque sea puramente legendario, de lo que deben hacer los cristianos respecto a los que sufren, a los que se quedan abandonados por la situación de pánico colectivo. Sin embargo, para enfrentarse a situaciones como las que nos deparará la pandemia, hay que sobreponerse al miedo comprensible – como humanos que somos- a través de fortalecer la fe, mantener el alimento de la esperanza que nos de las fuerzas necesarias para poner en práctica la caridad con amor y diligencia.
Como nos dice Gaid, humanamente hablando, es absolutamente legítimo huir del contagio, actuar según “la lógica del mundo”, pero el cristiano con fe está obligado a seguir la lógica del amor. “Seguimos las instrucciones de la autoridad secular, lo que es necesario para evitar contagios, pero debemos pensar en las almas que se quedan solas porque tienen miedo y actuar como pastores”.
Esta crisis puede situarnos entre los asustados, entre los que se esconden y solo piensan en su propia salvación del contagio que, por otra parte, es humanamente comprensible. Sin embargo, Los pastores de la Iglesia, los cristianos “deben estar con los médicos, con las enfermeras, los voluntarios, con los padres de familia que están en primera línea de fuego”. Como nos pide Francisco, los temerosos, los enfermos, los que no disponen de medios, los más indefensos, deben saber “que pueden correr en cualquier momento y refugiarse en sus iglesias y parroquias y que serán allí bien recibidos”. Que el teléfono de su parroquia, responde como un teléfono de la esperanza en el que hallarán consuelo, para pedir confesión, para recibir la comunión, o para pedir oraciones por los seres queridos”.
Y termino recordando que ayer a la hora de Ángelus no repicaron las campanas en el Bajo Andarax.