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Joaquín Díaz Atienza
Para poder definir que es anormal debemos tener muy claro aquello que es considerado como normal. Si ya en biomedicina es difícil, en el ámbito de la psiquiatría y la psicología clínica es un verdadero reto que aún no se ha resuelto satisfactoriamente.
En aras a la objetividad, y a pesar de otros muchos intentos, se ha impuesto el modelo estadístico. Los instrumentos de evaluación, sean cuestionarios o entrevistas estandarizadas, al final nos enfrentan con las probabilidades, a la media o a las desviaciones estándar…. En definitiva, son determinados estadísticos los que decidirán con un gran peso en el diagnóstico de la “normalidad” o “normalidad”. En definitiva, sobre la salud/enfermedad.
Estas dificultades, en cuanto a la falta de sensibilidad y especificidad requerida para cualquier test diagnóstico, han dado lugar a que hoy día adquiera un gran peso el modelo dimensional respecto al estadístico. Sin embargo, estamos en los inicios de un debate que se considera apasionante y al que aún no se le ve el final.
Normal, anormal, lo patológico
Ch. Scharfetter (1977)sigue siendo, a pesar de los años, un clásico de la psicopatología al que se recurre sistemáticamente. Define la normalidad estadística como “el comportamiento propio de la mayoría de las personas pertenecientes a una determinada esfera sociocultural y, en especial, aquello que tienen en cada caso en común con respecto a un determinado aspecto del comportamiento”.
Pero esta definición de “los normal” , a pesar de su pretendida objetividad, no la explica en el sentido psicopatológico. Primero, porque nos vemos obligados a establecer un punto de corte arbitrario a partir del cual hablamos de anormalidad. Los individuos que caen dentro de una determinada área de la campana de Gaus, serían “normales”, considerando al resto como “anormales”, que no es exactamente sinónimo de patológico.
Esta forma de definir la normalidad , se presta a múltiples excepciones en el ámbito de la psicopatología, justamente porque obedece a la arbitrariedad con la que se ve obligado el clínico a decidir cuando se es normal o anormal.
Entrarían dentro del espacio de anormalidad aquellos comportamientos que se apartan significativamente de la “norma”, de la media estadística. Pero no es lo mismo desviarse significativamente de la media en un sentido negativo que un sentido positivo. Aunque sea algo repetitivo el ejemplo, en el plano intelectual, podemos hablar de un individuo con retraso cognitivo o de un superdotado. Igualmente, no todas las características del psiquismo o del comportamiento humano pueden definirse como normales o anormales, siguiendo este criterio, máxime cuando la palabra anormalidad conlleva una connotación negativa que no siempre existe.
En definitiva, esta confusión y relativismo cultural que envuelve a lo que entendemos como normal frente a lo anormal en relación con lo patológico, nos obliga a definir aquello que se entiende por salud y enfermedad. Sana sería toda persona que “a pesar de que en ocasiones , y a pesar, incluso, del padecimiento de una enfermedad corporal y/o contra la presión representada por las normas de su sociedad, logra salir adelante en su vida” (Scharfetter, 1977).
Por el contrario, cuando hablamos de enfermedad, nos vemos obligados a definir el paradigma desde el que la definimos. Así, cuando nos basamos en información anatomopatológica y/o fisiopatológica, nos estamos refiriendo al modelo médico. Si empleamos parámetros de adaptabilidad/desadaptabilidad social, nos estamos refiriendo al modelo social. Ponderar en términos de sufrimiento, sobre un referente ideal de adaptabilidad, sobre la capacidad para experimentar el placer, etc. estamos empleando el modelo psicológico. Otra aproximación muy importante es cuando hablamos en términos de responsabilidad sobre sus acciones y/o la imputabilidad. En este caso nos referimos al modelo forense.
La evolución epistemológica que ha experimentado la psicopatología, ha llevado a que, durante las últimas décadas, se hable del paradigma bio-psico-social, debido a la constatación de que en la génesis de lo que llamamos patológico, confluyen múltiples aspectos que, si tomamos uno solo de los modelos, no daríamos una respuesta satisfactoria.
Precisamente por las dificultades aún vigentes, en la definición de lo normal frente a lo anormal, de la salud frente a la enfermedad, han surgido conceptos como el de salud absoluta, salud relativa, salud mental positiva y salud mental relativa.
- Salud absoluta: sería la ausencia de síntomas y sensación subjetiva de bienestar.
- Salud relativa: el equilibrio entre estados de salud absoluta y de presencia transitoria de síntomas o enfermedad.
- Salud mental positiva: Sería el equivalente al de salud absoluta.
- Salud mental relativa: el equivalente al de salud relativa.
Este primer capítulo, solo pretende exponer las dificultades con las que nos encontramos los clínicos para objetivar la patología de aquellos comportamientos, cogniciones y emociones con los que nos enfrentamos en la clínica. Me daría por satisfecho si, en definitiva, nos quedamos con la duda de si nuestra apreciación sobre la conducta humana es acertada, o no. Máxime, cuando los resultados de nuestras decisones contribuyen, sin que lo deseemos, a la estigmatización de nuestros pacientes.
Bibliografía:
Ch. Scharfetter. Introducción a la psicopatología general. 1ª ed. Madrid. : Ediciones Morata, 1977. p: 28-32.
Eguiluz I, Segarra R. Introducción a la psicopatología. Una visión actualizada. 3ª ed. Madrid: Editorial Médica Panamericana. 2013. p: 3-10