Del odio revolucionario al odio intolerante

El mantra del odio. El odio no explica cualquier protesta, cualquier disensión

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Con el “cuento” del odio, nos hemos cargado la libertad de expresión. Odio no es el no acatamiento del pensamiento único y políticamente correcto

Joaquín Díaz Atienza

El ser humano necesita de sus emociones ya que son imprescindibles para poder convivir. Las emociones, negativas o positivas, nos pertenecen, forman parte esencial del ser humano desde el preciso momento que tomamos conciencia del otro. Todo aquel que se empeñe en reprimirlas hasta el extremo de su desaparición, comete el gran error de perseguir un imposible que, finalmente, producirá el efecto contrario.

Es humano sentir rabia, sentir odio, sentir tristeza o alegría; Todas ellas profundamente relacionadas con el deseo. Si el ser humano no deseara, estaría muerto; la ataraxia solo es posible como teoría filosófica o religiosa, pero no como realidad humana. Como no todo deseo puede materializarse, el individuo experimenta un sentimiento de frustración que aboca a la necesidad de sentir rabia, tristeza y odio como mecanismos catárticos que nos mantendrán proactivos, asertivos y nos proporcionan la necesaria homeostasis para seguir viviendo. Solo cuando estas emociones negativas impregnan toda nuestra personalidad, anulando nuestra voluntad y, por tanto, nuestra libertad de acción, estaríamos ante un estado psicopatológico que termina por autodestruirnos. La locura no es más que la pérdida de libertad por ser esclavos de nuestras emociones y/o cogniciones.

Pero, ¿Qué es el odio?

No voy a entrar en una descripción minuciosa de lo que son las emociones, sino simplemente exponer algunas reseñas con el deseo de que podamos discernir con claridad el abuso discriminado, sí partidista, que se está haciendo de este sentimiento que llamamos odio.

En primer lugar, hay que diferenciarlo de la rabia, el enfado y la ira. Estos sentimientos son menos invasivos, más reactivos a situaciones de frustración y de menor duración. Su expresión se traduce más a través de la conducta manifiesta, aunque en situaciones de gran intensidad puede llevar a situaciones de gran violencia.

El odio, sin embargo, es un sentimiento profundo e intenso de repulsa hacia alguien que nos provoca el deseo de producirle daño, que le ocurra alguna desgracia, incluso su muerte. Por tanto, el odio, si no es controlado y es mantenido en el tiempo, puede llevar a la acción destructiva de lo odiado. Como pasión del hombre, puede producir un inmenso dolor psíquico que termina por buscar como sea una reparación a través de la destrucción de lo que se odia. El definitiva, como describía Freud en el caso de Elisabeth, lo que se busca es desprenderse del dolor que le produce la persona, colectivo u objeto odiado, incluyendo la muerte.

El odio es claramente una pasión peligrosa, antisocial, porque pone en juego la convivencia al precio de la agresión, del daño físico. El que odia pierde la capacidad de diálogo, la palabra pierde su función deliberativa, siendo relevada por la acción destructiva e intolerante.  

La perversión semántica de la palabra odio

Se repite con frecuencia que hoy estamos en la época de la postverdad, del relativismo, de la pérdida de convicciones. Y efectivamente, nos odiamos más que nunca, no nos toleramos porque no tenemos convicciones. Se le ha “dado la vuelta a la tortilla”. Está demostrado que cuanto más profunda es nuestra convicción, mayor es nuestra tolerancia hacia la diversidad. Cuanto mejor sepamos distinguir la verdad de la falsedad, mayor será nuestra tolerancia. Sin embargo, hoy se da la paradoja de llamar intolerante al que posee convicciones, sencillamente porque se ha impuesto social y políticamente la dictadura del relativismo (Spaermann), del pensamiento único y, por tanto, lo políticamente correcto.

¿Quién manifiesta odio realmente?

Este post viene a colación de algunos acontecimientos que se vienen repitiendo en nuestro país y la calificación mántrica de la palabra “odio”, aun sin que sepamos claramente quién odia a quién. Vayamos por partes.

  • Si realizo una crítica a determinadas acciones de Israel, soy antisemita. Siento odio por los judíos.
  • Si la realizo contra el pueblo palestino soy sionista y, posiblemente, islamofóbico.
  • Si hablo críticamente de aspectos de cualquier colectivo inmigrante con los que no estoy de acuerdo, soy xenófobo y además, islamófobo o racista si hay diferencias raciales o religiosas añadidas.
  • Si opino sobre la violencia de género y no entra dentro de los políticamente correcto, aunque “sea verdad”, me etiquetarán de machista y de incitar al odio.
  • Si hablo críticamente del Síndrome de Alienación Parental cuando se produce en la relación madre/hijo, me dirán machista y si lo planteo en la relación padre/hijo, me llamarán defensor de la mujer.
  • Si hablo mal de la Iglesia Católica, me llamarán progresista, pero si la defiendo me dirán intolerante, que fomento el odio, o bien ultracatólico.
  • Si critico algunos aspectos doctrinales de movimiento lGTBI, me llamarán homófobo. Si realizo una reflexión científica sobre la transexualidad, sea la que sea, si no se dice lo que estipula el totalitarismo de la Leyes al respecto, me llamarán transfóbico .
  • Si digo que los niños tiene pene y la niñas tienen vulva, aunque sea una verdad biológica, me llamarán transfóbico y que incito al odio. Sin embargo, la época de la postverdad me permite decir que hay niñas con pene y niños con vulva, aunque no se sostenga biológicamente.
  • Si se me ocurre ridiculizar públicamente a determinados colectivos, me pueden llevar a la cárcel. Sin embargo, si lo hago con otros se justifica en nombre de la libertad de expresión…
  • Si cuento “chistes” con claras expresiones de odio en Twitter, y pertenezco a uno de los colectivos empoderados, medio parlamento se pondrá a mi favor.
  • Si golpeo a una mujer embarazada y pertenezco a Podemos, se trata de un acto revolucionario.
  • . Etc..

Entonces yo me pregunto, ¿quién genera odio?, ¿quién odia?, ¿el que actúa agrediendo a los que no piensan como ellos, o el que manifiesta unas ideas sin agredir?.

Da igual. Porque cuando se pierde la razón, cuando no hay referentes sobre la verdad, cuando lo que se impone es la ideología, la “postverdad” toma el relevo de la libertad, imponiéndose totalitariamente sobre los demás. Hemos perdido, y mucho, en libertad de expresión, en tolerancia, en calidad democrática. Estamos en un país que cada vez se parece más a un frenopático.  

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